Thursday, October 27, 2005

RACCONTO DE MARZO

El día estuvo confuso, todos tristes, todos sin dormir. El día pasó de prisa, hasta la llegada de mi hermano. Él vino de su trabajo tarde. Nosotros lo esperabamos listos. Y partimos. Tomé mi bolso, mi DiscMan y subí en la parte de atrás del auto, donde se llevan las maletas. Aun seguía siendo la niña de la familia, y ese rincón del auto estaba bien para mi. El vidrio trasero me permitía ver las estrellas de un despejado cielo fuera de la capital, mientras en mis oídos sonaban los Cardigans con sus más lindas melodías. Por mi cabeza miles de cosas, la soledad, el encuentro, la tristeza, la melancolía.
Finalmente llegamos. El pueblo parecía el mismo de hace años atrás, aunque con más calles pavimentadas. Pasamos por la plaza, pasamos por la Alameda, pasamos por las calles que recorríamos cuando eramos niños. Pasamos por la casa que era del abuelo, que era nuestra, con una fachada distinta, tarde, tarde por la noche. Y finalmente, la casa del tio Miguel. La puerta estaba entreabierta y se dejaba ver un gran número de personas en su interior. Bajé del auto tímidamente. Afuera el Hugo y Daniel fumaban un cigarrillo. Los saludé, me saludaron y entramos. Mi estomago se revolvia de dolor, de angustia, de miedo, de incertidumbre de no saber exactamente qué iba a encontrar ahí. Respiré hondo y entré. Mucha gente sentada en el patio a oscuras, conversando en grupo. No alcancé a distinguir a nadie al comienzo, por lo que seguí hasta el interior de la casa. Allí a la entrada, me saludó tristemente la tía Sandra. Aun sollozaba. La abracé, la saludé y miré de reojo un ataud en el centro de la sala, rodeado de lugubres ampolletas amarillentas. La abuela estaba sentada en un sillón, rodeada de señoras. Entré, tiré mi bolso al piso y me agaché de prisa para saludarla y besarle las manos. Sentí el peso de estar frente a la protagonista de la noche, la viuda, la mujer que acompañó al abuelo por tantos años, por tantas historias, la señora que lo perdonó tantas veces, que lo cuidó, que lo siguió donde él quizo ir, la madre de los hijos, mi abuela.
Continúe saludando al resto, tios y tias, hermanos de mi padre, otros más lejanos, otros que definitivamente no conocía. El ambiente era tranquilo. Supuse que los grandes llantos habían cesado ya; eramos los ultimos en llegar. Yo estaba más calmada, ya había pasado antes por situaciones similares. Pero de todos modos, no estaba de ánimo para hacer vida social, para conversar largamente con nadie, ni menos para soportar a mi querida prima haciendose la mártir de la noche en medio de la multitud.
Carolina y su novio, formando parte de un grupo. Me pareció agradable sentarme junto a ellos. Conversamos un rato, recuerdos en común de nuestra infancia, de nuestras anécdotas de verano, recuerdos del abuelo y su casona de San Felipe, recuerdos de la playa... tantas cosas lindas que sonaban tristes en nuestras voces. La noche estaba despejada, todos reunidos bajo las estrellas, divididos en grupos, comentando, conociendose recién a veces, recordando, pensando, sintiendose parte de una experiencia inolvidable.
Mi padre me llama.- Mira al abuelo, está lindo!- Yo no quise verlo, desde mi más profundo sentimiento, solo quise guardarlo en mi mente sonriendo, retándonos, ironizando, silbando en las mañanas para despertarnos a todos, incluso en vacaciones. Mi padre insitió. No pude negarme. Caminé lentamente hacia el ataud.- Mira que elegante se ve- me dijo, y con el alma apretada, me acerqué. Vi el rostro de mi abuelo, serio, pero elegante. En su boca había una marca... le habían afeitado su bigote. Siempre me gustaron los bigotes en los hombres, me parece atractivo y varonil. Siempre pensé que mi abuelo Carlos era un hombre guapo y con clase, con estilo, como decimos hoy. Salí afuera nuevamente. Necesitaba fumar un cigarrillo, pero no enfrente de mis padres. Sali a la calle entonces y me encontré con los adolescentes de la familia: Hugo, Daniel, María Paz y una chica, prima lejana de nosotros que casualmente se llamaba Dámaris. Les pedí fuego. Me quedé con ellos un instante. Max también estaba ahí, entre nuestra generación y la de ellos. Los mire por un momento, -qué chicos más guapos hay en la familia- pensé. Qué muchachos mas dulces y tiernos. Supe que aunque no nos veiamos seguido, como dicen por ahí, la sangre llama, y esta no era la excepción. Todos eramos parecidos, todos teniamos caracteristicas similares. La familia Toledo. Estaba metida en el seno de nuestra especie, media perdida, media triste, media asombrada y maravillada por descubrir cosas nuevas y bonitas.
El resto de la noche fue un ir y venir buscando mi lugar en medio de la multitud. Demasiado pendeja para estar con mis primas, demasiado vieja para estar con los chiquillos. Mmm- lo medité un momento y me subí luego al auto del tio Miguel juntos con los chicos. Conversamos largamente en la madrugada. Compartimos historias y experiencias. Yo no quería dormir. Afuera hacia frío. Tratamos de relajarnos un poco en medio de tanta tension acumulada. El proceso estaba recién comenzando.
El dia siguiente llegó de súbito. Un fuerte sol apareció en el horizonte y supimos que debiamos despertar... nuestros sentidos. Los chicos habían logrado dormir un poco. Yo caminaba como en un sueño. Me lavé la cara para reaccionar y tomé desayuno. El ataúd aun estaba en la sala. Recordé la muerte de mi abuela Carmen...
La casa se puso en movimiento. Los preparativos para los funerales ya comenzaban. La abuela Nona estaba desecha, cansada y triste y vieja. Yo aun no sabía exactamente que hacer, sólo supe que me sentía sola y era en esos momentos cuando necesitaba a alguien a mi lado, mientras veía a todo el resto emparejados. Pensé que era duro pasar por esto sola, pero pensé que más duro era para la abuela perder al hombre de su vida.
De pronto llegó Francisco. Hace tiempo tenía ganas de verlo. Había dormido en la casa de su novia, pues en su propia casa no había suficiente espacio. Me saludó, hablamos y salimos pronto a caminar por las calles desoladas de San Felipe. Recuerdos lindos vinieron a nuestras mentes, también historias inconclusas. Volvimos a casa y partimos junto a un grupo de familiares a casa de la tía Angela, pues los baños no daban abasto para tanta gente ahí.
La hora de almuerzo llegó de prisa. No tenía ánimos para comer ahí... Mi hermana Paola y su esposo Daniel me invitaron a comer afuera. Yo vestía lo más elegantemente posible para la ocasión, toda de negro y gris. Pero no supe hasta ese momento cuán infernal era estar así, pues el sol del pueblo pegaba fuerte. Caminamos por las calles de antaño, pasamos por la casa del abuelo, ahora convertida en otra cosa. Ni árboles, ni gallinero, ni puente en la asequia habia ya. Sólo los fantasmas del recuerdo rondaban por ahí. Comimos en el centro algo rápido y luego volvimos a casa. Las horas pasaron de prisa, hasta que llegó el momento. Francisco se vistió elegantemente para dar un discurso y los hombres de la casa sacaron el ataúd rumbo a la capilla que quedaba cerca. La procesión fue corta, lenta y dolorosa. El sol reía de todos, diciendo a gritos que el día estaba hermoso. Yo caminé junto a Max. El aceptó mi brazo. Llegamos a la iglesia, adornada para la ocasión. Tomé asiento adelante, para acompañar al abuelo. A mi lado el tio Yayo, en fente mio, Francisco. El sacerdote comenzó su discurso funebre. Francisco hizo lo suyo, con la voz entrecortada, mientras yo sentía que caía de a poco. De pronto apareció un párroco con su guitarra entonando una canción. No pude soportarlo y en medio de toda la gente, salí de prisa llorando desconsolada. Me encontré afuera sola y triste, encontrandole finalmente sentido a todo esto, sientiendo el peso de la muerte de un ser querido. Mi abuelo... nunca olvidaré su paso por mi vida.
Luego nos repartimos en los autos y partimos al cementerio. Mis ojos estaban irritados por el llanto y la falta de sueño. El lugar era lindo, una especie de Cementerio General de Santiago en miniatura. Todos iban en parejas, todos excepto yo. Mi abuela fue ayudada por sus hijos para avanzar por las calles. La tía Sandra, la hija menor de la familia tuvo una crisis de pánico y se resistió a seguir con nosotros. Llegamos al lugar de la sepultura y mientras echaban tierra sobre el ataúd una dulce voz femenina comenzó a entonar una triste melodía. Fue ahí cuando todos estallaron en llanto, todos los que se habían contenido hasta el momento, todos los que habían guardado la compostura. Era el momento definitivo del adiós.
Nosotros marchamos pronto. El abuelo quedó ahí, bajo la tierra de la ciudad que más amó, un soleado día de Marzo, esperando un pronto reencuentro con nosotros, los que orgullosamante llevamos el apellido Toledo.

2 comments:

Anonymous said...

Hermana:

Se que ese dia no estuve con ustedes, no siquiera estaba en santiago... relamente lo lamento mucho, y aunque no sea lo correcto decirlo... ME ARREPIENTO...

QUE ES PAZ DESCANSE MI ABUELO, Y ESPERO QUE ME PERDONE... AUNQUE EN REALIDAD SE QUE NO ME CONDENAN POR HABER IDO, YO ME SIENTO ASI...

ESO...

Anonymous said...

hmm...
esta es la historia que mas me gusta...la he leido muchas veces, pero la verdad trato de dimensionarla cada vez de una manera distinta...para sentir artificialmente que estuve ahi...con mi abuelo...con mi familia...contigo hermana...
Arrepentirse nunca es bueno, pero de lo que lo senti, lo senti...
Es algo que no me perdonare personalmente...

Eso...

saludos a mi abuelo... que esta junto a todos...SE SIENTE...