Ella es mi primera sobrina de verdad, sin contar a mi hermano postizo Gabriel que por poco, formábamos parte de la misma generación.
Recuerdo cuando fuimos a conocerla, mi amigo Elvis y yo, justo un domingo día del niño. Entramos a ese antiguo hospital, con tantos años como historias en sus paredes. En una sala maternal, rosada, iluminada, estaba en brazos de mi hermana una pequeña blanquita como la nieve, con ojitos de aceituna. Respingó su nariz cuando le hablé, pues el olor a menta en mi boca pareció no gustarle. Lo supe en ese momento, iba a aprovechar cada momento que pudiera con ese conchito de la familia y por suerte, mi vida menos ajetreada en ese entonces, me permitió cumplir con lo que anhelaba.
Tuve la dicha de verla crecer, de verla caminar, observar como aprendía todo con un apetito voraz que solo algunos niños llevan dentro. A los 4 años ya cantaba mis canciones favoritas en inglés y me acompañaba en mis aventuras fotográficas sin chistar, sin pedir nada a cambio, solo por la aventura de salir con su tía.
A pesar que siempre estamos en contacto, así como con la mayoría de mis sobrinos, pareciera que me perdí en un triángulo de las Bermudas un largo tiempo y hoy de pronto, la veo aparecer con 19 años, universitaria, caminando sola por la calle, defendiéndose del mundo sin la ayuda de sus padres ni sus tíos.
Cómo pasa el tiempo y las historias. Tantas cosas que viví con la Dani, cosas hermosas y divertidas la gran mayoría. Agradezco la oportunidad de haber sido madre sin serlo, antes de serlo verdaderamente. Me hace enfrentar la maternidad hoy con más experiencia y sin tanta ansiedad. Agradezco tener tantos sobrinos lindos, diferentes entre sí, amorosos como solo ellos son. Agradezco haber compartido parte del viaje de mi Danielita hasta hoy, ser parte de su historia, haber entregado un grano de arena a su personalidad. Y la queremos tal como es, tal como será a mi edad y más vieja también, pero en mi mente siempre quedará el recuerdo de la niña dulce que a los 4 cantaba en inglés.
Recuerdo cuando fuimos a conocerla, mi amigo Elvis y yo, justo un domingo día del niño. Entramos a ese antiguo hospital, con tantos años como historias en sus paredes. En una sala maternal, rosada, iluminada, estaba en brazos de mi hermana una pequeña blanquita como la nieve, con ojitos de aceituna. Respingó su nariz cuando le hablé, pues el olor a menta en mi boca pareció no gustarle. Lo supe en ese momento, iba a aprovechar cada momento que pudiera con ese conchito de la familia y por suerte, mi vida menos ajetreada en ese entonces, me permitió cumplir con lo que anhelaba.
Tuve la dicha de verla crecer, de verla caminar, observar como aprendía todo con un apetito voraz que solo algunos niños llevan dentro. A los 4 años ya cantaba mis canciones favoritas en inglés y me acompañaba en mis aventuras fotográficas sin chistar, sin pedir nada a cambio, solo por la aventura de salir con su tía.
A pesar que siempre estamos en contacto, así como con la mayoría de mis sobrinos, pareciera que me perdí en un triángulo de las Bermudas un largo tiempo y hoy de pronto, la veo aparecer con 19 años, universitaria, caminando sola por la calle, defendiéndose del mundo sin la ayuda de sus padres ni sus tíos.
Cómo pasa el tiempo y las historias. Tantas cosas que viví con la Dani, cosas hermosas y divertidas la gran mayoría. Agradezco la oportunidad de haber sido madre sin serlo, antes de serlo verdaderamente. Me hace enfrentar la maternidad hoy con más experiencia y sin tanta ansiedad. Agradezco tener tantos sobrinos lindos, diferentes entre sí, amorosos como solo ellos son. Agradezco haber compartido parte del viaje de mi Danielita hasta hoy, ser parte de su historia, haber entregado un grano de arena a su personalidad. Y la queremos tal como es, tal como será a mi edad y más vieja también, pero en mi mente siempre quedará el recuerdo de la niña dulce que a los 4 cantaba en inglés.
