Wednesday, March 09, 2005

EL VIAJE DE MATEUS

Babysitter por esta semana. Decidi cuidar a Mateus mientras llega su nana de vacaciones. Tenía pensado ir a dejar el rollo a Black Box, pero no sabía cómo ni a qué hora. La tía Sandra le tiene los horarios marcados para su almuerzo, su papa y su paseo por los jardines. Además, lo sobreproteje como hizo con sus otros dos hijos. Me parecía casi imposible la idea de sacarlo de ahi.
A la hora de almuerzo le pregunté a la tía a qué hora debía salir a pasear a Mateus. Me dijo que luego de la papa. Entonces, decidí hacerlo.
Hugo estaba en el colegio. Max no llegaría hasta la noche, pues en la U. tenia actividades extraprogramaticas. Y Mateus pegado a Disney.com, jugando una y otra vez a tocar la canción "Mary had a little lamb". En fin. Me preparé y le dije que fueramos a pasear. Me dijo que no quería, que prefería el computador. Le dije que paseariamos en tren, para engañarlo un poco, pero él inteligentemente me dijo: ¡¡En el metro!!!, qué rico!!!, vamos. Y partimos.
El primer paso fuera del edificio fue importante. El sujetó mi mano fuertemente, pero en su rostro habia mucha alegria. Recordé al pipe, cuando fue al cine por primera vez, a la Dani y la Pili entrando a la sala, al Benja viendo el mar por primera vez. Era uno de esos momentos maravillosos en que a una le dan ganas de tener hijos solo para compartir sus experiencias inolvidables.
Atravesamos hasta el río Mapocho. Mateus miraba con curiosidad la pared que lo separaba del agua abajo.- Quieres que te tome?- le pregunté y me dijo que si de inmediato. Miraba maravillado el agua sucia y las gaviotas zambulléndose en ella, tratando de pescar algo para comer. A pesar de que vivía a unos pasos de ahí, parecía jamás haber salido a conocer los alrededores. Todo parecía una nueva aventura.
Tomamos el metro hasta Providencia. Bajamos y caminamos hasta el Portal Lyon. El lugar estaba lleno de escolares sumergidos en sus ondas, haciendo alarde de su descuidada juventud. Mateus quizo ser grande y entrar a cada tienda y disfrutar cada cosa sin limite alguno.
Después de dejar el rollo en Black box, fuimos al supermercado. El niño observó todo desde abajo, caminando por los pasillos con ganas de comprarlo todo. Por su buen comportamiento, le regalé huevitos de chocolate. Y emprendimos el viaje de vuelta.
Ya en casa, la tía Sandra llamó por teléfono. El contestó de pronto para contarle su aventura del día. Y aunque él no lo sospechara, para mi había sido una aventura mucho más linda e inolvidable aún, pues tenía la consciencia que te entrega el paso del tiempo.

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