VIVIR EN SANTIAGO - CHILE

Despierto, relativamente atrasada para ir a trabajar. He programado la TV a la hora correcta, pero siempre las sábanas te llaman un poco más. El amanecer en Santiago por lo general es frío, aun en verano y eso es agradable. Me levanto media zombie, bajo las escaleras y tomo un baño. Subo nuevamente, me pongo la ropa elegida para el día según mi estado de animo y el clima, me maquillo, me peino y bajo a tomar desayuno. Tomo el dinero del día y salgo. Debo caminar un par de calles hasta llegar al paradero del bus, pues difícilmente la gente acá vive frente a las avenidas. Camino disfrutando el aire limpio, voy saludando a los perros callejeros que se ven más amistosos. En la mañana te encuentras con mucha gente esperando el micro, todos con cara de sueño, todos recién bañados, con sus pelos húmedos dándose el ánimo para comenzar un nuevo día. Desde ese lugar yo puedo ver el cielo, el cerro San Cristóbal, los cerros más a lo lejos y hasta la cordillera de los Andes, a veces nevada, a veces limpia, majestuosa, encuadrando la ciudad. El bus va casi siempre lleno, entonces prefiero ir de pie escuchando música para olvidar un poco que mi destino es una gris oficina, para olvidar los empujones de la gente, para no escuchar la radio pachanguera que suena para satisfacer el gusto de la mayoría.
Llego al centro, con el tiempo justo para caminar el par de cuadras que me llevan hasta la oficina. Santiago centro de mañana es lamentable, lleno de indigentes durmiendo en las calles, lleno de basura, siendo sacada de ahí por los hombres de amarillo, gente caminando apurada, pasando a llevar a los demás, como a toda hora. Santiago es una ciudad de gente estresada, de gente irresponsable que atropella a los demás para llegar a tiempo en vez de levantarse más temprano, que golpea y silva en la micro para que el chofer se apure, que cruza con luz roja y arma tacos, que pasa de prisa a pedir el periódico del metro para leerlo mientras sacan la vuelta en sus trabajos. Yo trato, por muy atrasada que vaya, de no cruzar con luz roja, de no atropellar a nadie y de mirar a lo alto para disfrutar la arquitectura de los edificios que se erigieron tanto tiempo atrás.
El trabajo en la oficina es monótono, así como en los bancos, así como en los ministerios, así como en toda oficina burocrática. La hora de colación (media hora) se pasa volando. A penas logras encender un cigarrillo y beber un café para desconectarte un poco, cuando ya han pasado los minutos y debes volver a entrar. Adentro debes trabajar, solo eso. Debes evitar conversar, debes evitar divertirte, debes convertirte en una máquina rendidora, y si tienes tiempo libre, por Dios que no te vea la jefa leyendo el periódico, pues es casi un pecado. Es preferible sacar la vuelta que aprovechar el tiempo en culturizarse.
Al fin la hora de salida. Ahí dentro el tiempo pasa leeeeeeeeeeeeeeeento. Si tienes suerte, alguien esperara por ti. Si tienes suerte, iras a casa a descansar. Si tienes mucha suerte, iras con tus amigos a un Happy Hour a disfrutar un rato. Si yo tengo suerte, Román me espera a la salida para irnos juntos al segundo trabajo, pues en Chile es difícil sobrevivir con un solo sueldo, a menos que seas parte de LACRIM... Caminamos un rato, rodeados de la gente estresada de Santiago. Puedes disfrutar de alguna exposición en la plaza de la Constitución, frente al palacio de la Moneda si la hay. Puedes tomar un helado sentado en algún paseo, mientras miras con distancia a los gringos y turistas que buscan absolutamente perdidos una solución a sus problemas en el mapa de la capital. Luego tomamos el metro, caluroso, metálico, eléctrico, repleto de santiaguinos.
No podemos viajar en el primero, a menos que corras y hagas zancadillas a los demás. Nosotros esperamos el segundo y a veces el tercero. Andar en metro es casi como estar dentro de un ascensor, todos mirándose las caras, todos impacientes, todos callados, esperando llegar al piso correcto. La linea 5 tiene la particularidad de ser una linea abierta después de cierto tramo; eso te permite disfrutar de un hermoso atardecer de colores cuando el aire ya está lo suficientemente contaminado a esa hora del día. El tren viaja por sobre las casas, allá en la linea en lo alto. Bajamos escaleras, cruzamos unas avenidas poco pobladas y llegamos al moderno edificio, que nada tiene que ver con la oficina en la que trabajo el resto del día. Paso mi tarjeta y entro al recinto. Paso mi tarjeta y entro al edificio. Paso mi tarjeta y marco mi entrada. Guardo mi tarjeta y me instalo frente al computador: "Buenas tardes, mi nombre es..." Así hasta el break, así hasta la salida. La tarde no es tan monótona, menos aun si tienes a chicos tan divertidos a tu lado. Pero terminas odiando tu nombre, y a Don Francisco, por supuesto.
Sales. Marcas tarjeta. Sacas el vale para el transfer y subes a la Van. Todos tenemos nuestros asientos medianamente comprados. Román y yo atrás. El viaje de vuelta a casa es largo y tranquilo. Algunos hablan de trabajo, alguno planean su fin de semana, algunos se quejan, algunos se toman la mano a escondidas para sentirse bien. Santiago de noche está casi muerto, sobre todo los días de semana. Solo puedes ver algunos indigentes durmiendo en las calles y uno que otro prostituto ofreciendo sus servicios a los automovilistas, llenos de hormonas, llenos de maquillaje y exageración. Yo llego casi al final del viaje, ya sin energías. Camino un par de cuadras: 3 AM. Los vagos de la calle ya me conocen. Camino lento hasta casa. Ahí todos duermen, todos menos Yoshi que me espera despierto. A esa hora la programación televisiva abierta ya se ha extinguido. Solo queda dormir o escuchar música. Yo elijo dormir. Yoshi finalmente se duerme. Las horas pasan de prisa hasta la jornada siguiente.
Despierto, relativamente atrasada para ir a trabajar. He programado la TV a la hora correcta, pero siempre las sábanas te llaman un poco más...