Tuesday, May 03, 2005

COMO MUEREN LAS RAICES

Un día desperté y de pronto me di cuenta de cómo mis raíces estaban muriendo. Así como pasa el tiempo, nuestra historia se construye y se diluye en la distancia. Solo queda en la memoria los vestigios de lo que llaman inolvidable y el resto se guarda en un universo paralelo e imaginario, donde tal vez algún día puedan ser rescatados o tal vez se pierdan para siempre.
Primero mis abuelos paternos vendieron la casona de San Felipe, donde pasé mis largos veranos de niñez. Recuerdo que el abuelo Carlos nos regaló a cada uno de sus nietos un árbol de su inmensa colección. El mío era un palto, grande y viejo, por el cual me gustaba trepar para mirar el pueblito a la distancia. Así, en esa casa quedaron guardados todos mis antiguos recuerdos. Tiempo después me dejó la abuela Carmen. Aun recuerdo su olor a flores y su gran capacidad de entregar amor. Era mi segunda madre, la que estaba ahí para consentirme y corregirme, la que me contaba cuentos para dormir siesta en su fría habitación durante el verano. Luego se fue el abuelo José. Atrás quedó su historia, su viaje desde el sur hasta Santiago, sus cuentos de terror, su inquietud por lo misterioso y desconocido. Definitivamente me sentía muy cercana a él, pues teníamos mucho en común. Al año siguiente, supimos que la casa de San Felipe había sido demolida y todos sus árboles talados. El gran terreno fue utilizado por una empresa de maquinaria pesada. Con los árboles, con las flores, con el gallinero y la higuera todas nuestras historias fueron lanzadas al viento, quedando únicamente lo que podamos guardar cada uno de nosotros en nuestras mentes.
Hace poco, supe que mi escuela fue abandonada y trasladada al centro de Santiago. Sentí gran pena al saber que ya no existiría más esa casita acogedora en medio de unos frondosos árboles, en ese barrio tan tranquilo habitado por viejitos y que podía visitar cada vez que quisiera. Tantas historias mueren ahí, tantos sueños, tantos logros, tantas penas y grandes amores que junto con ella se van al olvido.
Y por último, el abuelo Carlos que me deja sin sus palabras, sin sus chistes e ironías, sin su cariño, sin su silbido que nos hacía levantarnos temprano incluso en vacaciones. Junto con él se va gran parte de mi historia, gran parte de mis recuerdos que no quieren ser borrados. Y así como las raíces desaparecen, yo me convierto en la raíz de lo que viene, de mis sobrinos, de mis futuros hijos y nietos, de los que contarán que algún día existí y fui parte de sus historias.

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