Friday, April 01, 2005

TIM (recuerdos de adolescencia)

Clase de inglés, mi favorita. La profe que nos tocó en segundo medio (2º D), era bastante más simpática que las y los anteriores. Además a mi me tenía especial cariño. Pero ese día fue distinto. Era el día en que un nuevo gringo llegaba a apoyar las clases. Años antes, ya habían pisado el Liceo Andrew, Sam y Steven.
La profe llegó junto con un chico alto, delgado y muy apuesto. Su nombre era Raphael y como era moreno, no tenía mucha pinta de inglés. Pero de todas formas todas quedaron enamoradas de Raphael, las preguntas lo evidenciaron: la gran mayoría eran sobre su estado civil, su gusto por las mujeres, etc. El gringo casi ni hablaba español, así que no alcanzaba a entender las tallas que le tiraban.
Raphael estuvo con nosotras dos clases. Pero a la tercera, la profe apareció en la clase con otro gringo. Era alto, delgado y muy rubio, de ojos azules. No era tan apuesto como Raphael, así que su recibimiento no fue tan afortunado. Este gringo también venía de Inglaterra y se llamaba Tim. De inmediato se notó que no le caería bien al curso, ya que era bastante arrogante y se reía de nosotras que ingenuamente pensamos que tampoco cachaba nada de español. A mi me cayó demasiado bien. Por esos tiempos yo viva mis mejores años de lo que llaman la adolescencia y todo lo que ello implica. Había en mí un aire de desprecio por todo y por todos. Y en eso creo que coincidíamos con Tim. El vino a Chile a conocer a los “indios”, a sobrevivir en el campo o la selva o lo que fuera y a transformarse en un pobre sudaca por un año. Venía de la costa de Inglaterra, provenía de una adinerada familia de doctores y recién había terminado el colegio. Además, estaba comprometido con una chica a la que claramente no amaba, pero que lo esperaba vestida de novia a su regreso.
La profe decidió separar del curso al grupito que cachara más el inglés, para que tuviéramos clases más avanzadas con Tim.
Y así pasaron las clases. El grupo era como de seis chicas. Al comienzo la conversación tenía como objetivo conocernos. Era tanto el entusiasmo y el bullicio que pronto nos despacharon al final del patio, sentados todos en el pasto intercambiando historias.
Muy luego Tim se convirtió en un sex symbol para las liceanas que hacían temblar a cada hombre que entraba al establecimiento. El lo sabía y lo disfrutaba sin pescar a nadie en especial. A mi no me llamaba mucho la atención. Era el típico gringo, además, demasiado alto y top como para fijarse en alguien como yo, una cabra chica, muy chica, gorda y media perna.
Un día, Mr. Wood, luego de haber tanteado el terreno, nos mostró el tesoro oculto de los jóvenes ingleses: una pildoritas azules con formas divertidas y llamativas que aceleraban las neuronas y dejaban a las personas en estado de EXTASIS. Y no solo nos presentó estas pildoritas, si no que además nos las ofreció. No se si éramos demasiado nerds demasiado inteligentes, pero ninguna aceptó el obsequio. Luego supe que el resto de las liceanas no siguió nuestro ejemplo y la adquisición de chupetes y el consumo de agua mineral aumentó abismantemente bajo la máscara de una estúpida nueva moda.
Como siempre yo debía dar un salto desde el anonimato en este grupo. Y la oportunidad se dio cuando el teacher decidió que recreáramos la escena del típico desayuno familiar en Inglaterra. Con la cuota justa del humor irónico que me caracterizaba, mi guión fue elegido. Además tuve acceso al papel protagónico: la de la hija rebelde. La representación fue todo un éxito y de inmediato aparecí ante los ojos de Tim.
Comenzó entre nosotros una interesante relación de amistad, donde cada uno sacaba el lado más siniestro y ácido del otro. Tanta era la afinidad que el teacher me sacaba de clases para conversar, bajo la excusa de ayudarlo con los otros cursos.
Para mi era un tipo agradable y muy culto, pero de atracción amorosa, nada. Sin embargo el resto no creía lo mismo y por esos días me gané varias enemigas que me hubieran asesinado con tal de ocupar mi lugar junto a Tim.
En tercero medio dejó de ser nuestro profe y se quedó con los segundos. Yo estaba en la carrera hacia el intercambio estudiantil, así es que necesitaba seguir practicando mi speech. Me integré, entonces, como una alumna más en el segundo F en el taller de inglés. Para ello utilicé el nombre de Daris Alarcón, un gorro de lana y mis famosos anteojos para no ser reconocida por la miss a cargo de la estadía de los gringos.
Todo iba OK. Después de clases me quedaba con Tim escuchando música y conversando en la sala hasta que la miss apareciera y nos recordara que la clase había finalizado, con un tonito malicioso.
En el cumpleaños de Tim tuvimos clases también. Recibió muchos regalos, sobre todo peluches baratos que luego donó a COANIQUEM, lugar donde trabajaba voluntariamente apoyando a los niños. Yo le llevé un chocolate, uno de sus tantos vicios.
Al finalizar la clase me pidió que me quedara a ayudarlo a abrir los regalos. Teníamos música de fondo (creo que era Jamiroquai) y la estufa encendida. El día estaba bastante nublado. Y mientras conversábamos compartió el chocolate conmigo que ya estaba bastante derretido. No alcancé a percatarme cuando tenía su mirada fija en mí.
- Tienes chocolate ahí – dijo con su tono agringado mientras señalaba la comisura de mis labios.
Yo atiné a limpiarme un poco nerviosa por el aire meloso en sus palabras.
- Está bien así? – le pregunté.
- Espera un poco… - contestó y sin alcanzar a reaccionar, me tomó de la barbilla y me besó calidamente, mientras trataba de sacar el chocolate que aun tenía pegado junto a la boca. Yo me sentí flotando. Mis pies casi se despegaban del suelo, empinándome para alcanzarlo. Aunque duró unos segundos, ese momento me pareció eterno y muy embarazoso. Volteé mi rostro y bajando la mirada tomé torpemente mi mochila y caminé hacia la puerta. Justo en ese instante entró la miss por la otra puerta y nos pidió que abandonáramos la sala. Yo caminé sin mirar atrás hasta que salí del colegio.
Pasaron varios días hasta que lo volví a ver. Pero después de ese suceso, nada fue igual que antes. Me sentía avergonzada. Él era mi profe y a pesar de que teníamos casi la misma edad, me repetía esa escena atormentada por no convencerme a mi misma de que no era yo la que lo había besado.
Dos meses después, Tim partía a Inglaterra. Su último día en el Liceo estuvo rodeado de chicas que se pelaban por despedirlo.
Al final de la jornada apareció por mi sala. Tomé aire y salí a decirle adiós. Él me agradeció la buena onda, la complicidad y la compañía. Me dijo que gracias a mi pudo ver este país con otros ojos. Fue entonces que caché que no tenía por qué sentirme mal. Después de todo, había sido besada por el chico más cool y con más estilo que nunca conocí, y aunque todas rumoreaban, nadie tenía la certeza de que es lo que realmente había ocurrido entre nosotros. Me sentí bien y me animé a tomarme una foto con él. Yo también le agradecí todo y me despedí prometiéndole que le escribiría. El también lo hizo, pero después de ese día ninguno volvió a saber del otro.

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