Monday, April 18, 2005

MI GRAN AMIGA

MI GRAN AMIGA BARRIGA

La vi por primera vez hace 19 años, cuando el destino nos cruzaba por primera vez en el Kinder del Liceo A Nº 34. Ella llevaba dos moños a los lados al igual que yo, la diferencia es que yo lloraba desconsoladamente en las faldas de mi madre para que no se fuera, mientras que ella se despedía agitando su mano con una sonrisa madura en el rostro. Finalmente mi madre de todas formas se tuvo que ir y yo me quedé llorando a la entrada de la sala de clases. Entonces, la Priscila se acerca a mí y me dice que debo quedarme tranquila, que mi madre regresará mas tarde a buscarme. Desde ese momento en adelante, no nos separamos más. Los años pasaban y por pura casualidad, siempre quedábamos en el mismo curso. No éramos las mejores amigas, ni confidentes que se contaran todo, sin embargo nos manteníamos dentro del mismo grupo. Yo sentía por ella un gran respeto y admiración, pues la Priscila creía con fervor que su religión era la correcta y trataba de hacer siempre lo correcto. Mientras, yo tenía la certeza de que jamás podría entregarme a religión alguna y estaba destinada a no ser salvada. En fin. Distintas y todo nuestras vidas crecieron juntas. Ella sabía que podía contar conmigo y yo sabía que la tenía siempre ahí. Era como una hermana gemela de edad, pero totalmente opuesta en personalidad.
De chicas, teníamos un club junto con el Galo, el Andrés y Pablo, compañeros todos de básica. Nos juntábamos en la casa de Priscila a conversar, tomar jugo y después salíamos a andar en bicicleta por las calles de nuestro barrio, representando cada uno a un superhéroe imaginario.
En la media ambas nos cambiamos de colegio y quedamos en el mismo curso. La adolescencia nos distanció un poco, pero nuestro lazo de hermanas se mantenía intacto. Era tanto así que yo le ocultaba mis maldades a ella por temor a sus reproches y ella hacia de cuenta que yo seguía siendo una niña buena. De todas formas nos juntábamos en su casa a tomar once con su familia y conversar sobre chicos.
Al final del colegio, la Barriga (como la llamaba yo en la media, cuando trataba a todas mis compañeras por su apellido) se puso a pololear con el famoso “cucho”. Su vida cambió totalmente, pues era su primera relación amorosa. Terminamos cuarto y ella se fue con sus padres a Temuco. Con el cucho mantuvo una relación a distancia, conmigo perdió casi todo contacto. Yo estaba ocupada con mi vida de universitaria enamorada y no pensé en extrañarla hasta que el destino la trajo de vuelta. Supe que una parte de mi había estado dormida este tiempo en que estuvimos separadas. Las incoherencias que hablaba con ella no las hablaba con nadie más. Extrañaba los relatos bíblicos y las advertencias morales que me hacían querer ser buena a veces. Extrañaba sentirme a gusto conversando estupideces con una fémina, a veces tan dulce y a veces tan pesada como yo.
Y ahora, que ha pasado toda nuestra vida frente a nosotros, la Barriga planea en casarse, con el cucho, obviamente, y yo siento que aun es una niña, con dos moños desordenados a los lados, haciéndose la valiente conmigo, pero pidiéndome que la vaya a visitar para contarme sus penas cada vez que se siente incomprendida…por todos, excepto por mi.

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