Tuesday, May 05, 2015

A MI PADRE

Mi padre no fue un hombre bueno, pero fue un buen hombre. Tengo cientos de fotografías felices junto a él y miles de memorias en mi cabeza.
Mi padre fue un hombre errado en muchos aspectos, pero acertó en muchos otros. Y a pesar de los malos momentos que vivimos, nunca lo abandonamos. Simplemente porque era nuestro padre, simplemente porque lo amamos infinitamente. Sufrimos y mucho, pero reímos y disfrutamos la vida también y por esos momentos felices, siempre dimos la pelea.
Mi padre fue un aventurero. No vivió lo suficiente, pero sus años los pasó viajando y conociendo, visitando a sus amigos y parientes, haciendo lo que quería. No conoció muchos límites y eso lo llevó por un mal camino.
Y muchas lecciones aprendimos con él, de las buenas y las malas. Pero nosotros, incluso mi madre, siempre estuvimos a su lado escuchándolo, aconsejándolo y queriéndolo.
Por mi casa estos últimos tiempos se dejaba caer los fines de semana, sin aviso previo y muchas veces cambiando nuestros planes a último momento. Pero la felicidad en los ojos de mis hijos y la sonrisa de mi padre bastaban para sentirme a gusto en esa improvisada reunión familiar, con autos de juguete y suflés de colores.
Mi padre no tuvo muchos lujos, no tuvo una educación formal de calidad, no tuvo su casa propia ni un auto último modelo. Sin embargo, desde su humilde postura, siempre nos alentó a ser más, a tener aspiraciones en la vida y cumplirlas, a ser profesionales reconocidos en nuestra labor. Nos inculcó el esfuerzo y compromiso con el trabajo, pero por sobre todo con la familia. Recuerdo que él trabajaba mucho, incluso los domingos, pero siempre se daba un tiempo para llevarnos de paseo a algún lugar entretenido, a caminar al cerro, a pasear a un parque, a la vuelta de la esquina, a viajar en un auto pequeño todos amontonados hasta un riachuelo oculto en algún lugar campestre. Eso es algo que apreciamos y hoy, pongo en práctica con mis hijos su forma de ver la paternidad: las mejores historias no se escriben en papel moneda, se escriben en las hojas de los árboles, en boletos de micro, en un camino de tierra, en el aire libre, en una foto.
Él no nos heredó nada material, pero nos dejó su legado de cariño y humildad. Mil cosas quedaron por hacer junto a él, pero mil cosas hicimos juntos.
Con infinita pena en el alma lo dejamos partir, de una forma triste y dolorosa. Se fue apagando frente a nuestros ojos y se que daríamos la mitad de nuestra vida por cambiar la forma de ese final. Y él lo supo. Supo que estábamos ahí, presentes de cuerpo y mente. No dejamos de decirle nada, no dejamos de hacer, no dejamos de estar, no dejamos de quererlo y de demostrarlo. Porque era nuestro padre, el Carlín, con sus condoros y desafortunados momentos, con sus canciones y su voz afinada, con su amor por sus hijos y nietos, por sus hermanos y padres, con su buen corazón, con su alegría de vivir, con sus tristezas también. Era mi padre y nunca lo dejaré de querer. Ojalá todos los padres tuvieran esa suerte.

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