Esta semana estoy de tiempo fuera. Como no utilicé todas mis vacaciones pendientes del año pasado, me quedaban estos benditos días para arrancar de la gris oficina y aparecer en el mundo real, lleno de sol, calor, gente, compras navideñas y espíritu festivo.
Me gusta mirar el mundo desde afuera de mi oficina. Me gusta poder volver a viajar en tren por la mañana, en un vagón amable y bastante vacío, mirando sentada y asombrada de la belleza del paisaje de mi país.
Y así como me lleno de espíritu navideño, eligiendo cada regalo para mis seres queridos con cariño y dedicación, me encanta saber que al menos por un instante, frente al árbol de navidad, se reunen mis enemigos padres para adornar la casa en conjunto y parecer que vuelven a creer en la familia que se junta especialmente en estas fechas.
Me gustaría que el dinero me sobrara así como las ganas de regalarle a todo el mundo que me rodea. Siento que nada es suficiente para homenajear a la amistad. Mi chico está de cumple esta semana y podría comprarle el mundo entero si pudiera y si eso lo hiciera sentir feliz. Dice que con los pirigüines se siente más que regalado esta navidad. Yo lo amo.
Y así, continúo disfrutando mis dias de descanso, esperando que no terminen nunca. Y que el sol me deje dormir más allá de las 9 a mi y a mis pirigüines que crecen rápidamente en mi barriga rechoncha.
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