Thursday, June 04, 2009

PLANO SECUENCIA

Al fin soy libre, después de un largo día y una somnolienta tarde. Camino rápidamente al metro, bajo las escaleras corriendo, paso la Bip y llegó justo al anden cuando venía el tren. Subo antes que se cierren las puertas. Dentro está caluroso, a pesar del frío afuera. Dos chicos hablan de guitarras y alcohol. Corto es el trayecto a la siguiente estación, donde la gente muere en la lucha por salir y otros mueren en la lucha por entrar. Todo es caos. Yo siempre de prisa, para no estar mucho tiempo enredada en la multitud. Subo por las escaleras mecánicas a la otra línea. Las largas jornadas de trabajo han hecho estragos en mi vitalidad y a esta hora solo puedo arrastrar los pies.
Tengo suerte este día, pues el segundo tren que debo abordar viene de inmediato. Alcanzo a escuchar una noticia a medias sobre algo que le ha pasado al actor de Kung- Fu. No me gusta quedar con dudas y hago un llamado telefónico que me confirma la muerte de Bill. Quedo un poco en shock y torpemente subo al tren y me posiciono cerca de la puerta, en un rincón para no chocar con nadie. La gente viene como zombie de vuelta a casa y la luz blanquecina de los fluorescentes nos hace más fantasmales aun. En medio de tan tedioso viaje, me llama la atención un niño orejudo que sube y va directo a sentarse en un asiento para discapacitados, ancianos o embarazadas. Tiene personalidad, pienso yo. De todas formas no hay nadie más que necesite sentarse ahí con urgencia. Lleva una gran mochila, casi tan grande como sus orejas. Me mira a lo ojos y me intimida un poco. Llegamos a la estación Cementerios y baja. Tengo la sensación de haber estado frente a un verdadero muerto viviente. Pocos niños tan pequeños andan solos por la ciudad. Este llama al asensor y sube tranquilamente.
La siguiente en mi parada. Bajo de prisa y subo las escaleras utilizando todas mis fuerzas restantes. Camino por las calles pensando cosas importantes, pensando pelotudeces también. Las largas jornadas de trabajo han hecho estragos en mis ganas de más, de salir, de carretear con mis amigos.
Suena mi celular, llama mi padre. Irá a la casa en 20 minutos, así que apuro el paso para llegar a tiempo. Diviso a lo lejos que no hay luz en la casa. Mi perro seguramente duerme en mi cama. Entro y enciendo las luces, le doy comida al perro, me lavo las manos. Todo en el mismo orden acostumbrado. Dejo mi bolso en mi dormitorio. Me cambio de ropa. Me saco los pensamientos laborales de encima y me lleno de pensamientos de angustia por una familia que ha muerto. Somos solo el perro y yo hasta que mi hermano llegue.
Caliento agua en el hervidor y espero a mi padre. Pero el viene de paso a dejarme comida y luego se va diciendo que volverá mañana a desayunar conmigo. El perro salta de felicidad al verlo, mientras él llora de tristeza por tener que irse. Abrazos y calma para todos. Algunas palabras de consuelo y la despedida. Todo esto en una operación fugaz y arriesgada. Al menos todo parece en calma por ahora. Nunca se sabe cuanto durará la paz en casa.
Vengo a conectarme con mi chico con una taza de café en mano. Mi perro me acompaña, porque no le gusta estar solo. Prendo este maldito PC que anda más lento que mi vida y logro hablar un poco antes de irme. En la TV el último capitulo de Doctor House me saca de la rutina y descansa mis pies un rato. Después de un respiro, me pongo la etiqueta de dueña de casa y cambio el chip.

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