A centímetros de mí estaba su boca tibia, invitándome a acercarme
más. Nos encontramos sin buscarnos cuando el día laboral terminaba y aún
quedaba tarde. No sé si por sentido común o porque mi corazón ya tiene dueño,
mi cuerpo rechazó el encuentro de nuestras acaloradas humanidades en el metro
de Santiago. Cerré los ojos para desaparecer en mis audífonos, en un eterno
trayecto a casa. De pronto, alguien llamó su atención y él reaccionó: "¡Oye,
a la otra nos bajamos!" vociferó y mi piel se erizó, mis piernas temblaron
como si una ráfaga fétida me arrasara con fuerza.
Al fin llegamos a otra estación y ese desconocido desapareció de
mi vida, llevándose consigo el recuerdo de un fugaz encuentro de verano.
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