¡Silencio, por favor! Mientras algunos despotrican a los vientos sus pretendidos méritos, otros, tan callados como el molusco que yace en su concha, nos recuerdan que son las obras y no las palabras las que hablan por ellos. Hay, es cierto, demasiados que hablan demasiado y tan pocos que hablan tan poco. La diferencia está en la humildad, real y verdadera, con que enfrentan su trabajo. ¿Quién necesita tanto decir que es tan bueno para que otros sientan que es realmente bueno?
Pues bien, hace unos días se nos fue alguien que no estuvo en Cannes, que no apareció en las primeras planas de los periódicos con algún “conflicto del interés de todos”. Se fue un artista, un maestro, un individuo desinteresado que no se guardaba para sí lo que nos pertenece a todos (el conocimiento) y que albergaba la esperanza de que quien quisiera lo escuchara. Esta es quizás una de las tantas dimensiones de alguien como Guillermo Cifuentes.
La muerte es siempre un buen momento para ponernos a pensar en quienes somos. En el funeral había de todo tipo de personas: amigos íntimos que sin posturas lo lloraban, otros profesionales, también amigos, que también lo lloraban con honestidad, representantes de instituciones que estaban ahí porque las propias instituciones deben reconocer los méritos de quienes trabajaron para ellos, aquellos que simplemente lo admiraron y se acercaron a manifestarlo, aquellos que miraban desde lejos, por compromiso, aquellos que nunca faltan porque hay que estar. Cada cual encuentra su lugar en un funeral.
Realmente estoy hablando de un evento triste, y sorpresivo por encima de todo. Pero estoy hablando de algo que se constituye en hito en la memoria. Todas las partidas (o casi) son tristes, pero algunas no dejan de tener una dimensión trágica. Es lo que nos perdemos la verdadera tragedia y, en este caso, es algo casi insoportable. Pero así es la vida, un día termina, aunque nos parezca injusto el modo como se produce.
Pero no siempre lo que suena fuerte es ruido. Mientras algunos nos abandonan (o han hecho que nos abandonen) otros buscan su lugar y luchan por que éste sea relevante. La Universidad de Valparaíso, y en concreto su escuela de cine (por historia la primera fundada en Chile) se encuentra buscando su lugar. Sus alumnos han tomado la Universidad para requerir de la comunidad la atención que merece una escuela que se define como reflexiva y crítica, con una vocación que debiera colocarla en el primer lugar. Nada es fácil en el camino hacia la verdadera conciencia, pero el paso a cuestionarse es el más difícil de todos, porque requiere de humildad y honestidad. Palabras que debieran tomar una dimensión ética, absolutamente necesaria para llevar adelante un proyecto educacional.
Esperemos que a una muerte tan penosa como la que hemos vivido sobrevenga una toma de conciencia realmente sincera. Nada nos hace más falta en este país que individuos que comprometen su camino con los destinos del país, no aquellos que desde las estructuras oficiales (sin distinguir gobierno de oposición) nos intentan dictar el modo como “deben” ser las cosas. Bien por una iniciativa que ha de prosperar para beneficio de todos. Y sólo por recordar una consigna universal que seguramente las clases dirigentes reconocerán como suya en buena medida (que corta puede llegar a ser la memoria): "¡Seamos realistas! ¡Pidamos lo imposible!"
Udo Jacobsen C.
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