A veces se dice que los verdaderos héroes son anónimos, no dan la cara nunca. Pero a veces necesitamos más héroes y contar la historia de alguno de ellos, nos incentiva a salvar a otros también.
Yo trato de hacer buenas obras, dentro de lo que mi bolsillo y mis energías me lo permitan. En la pega tenemos apadrinado al Alonso, un perro que fue atropellado frente a mi oficina y que se salvó gracias a una colecta que hicimos para pagar una veterinaria de urgencia. Hoy está en la casa de la Jovi y recibe una pensión alimenticia mensual de parte de un grupo del trabajo. Ojalá todos los perritos de la calle fueran tan afortunados.
Cuando era adolescente, dentro de todo lo rebelde en mi, me gustaba ir al voluntariado de la municipalidad de Santiago los fines de semana, para hacer obras de caridad y ayudar a la comunidad con pequeños grandes actos de humanidad. Y así, pintabamos escuelas, plantábamos árboles, hacíamos obras de teatro para niños pobres, llevabamos comida a los más necesitados.
No descansaba mucho en mis fines de semana, pero me iba con el corazón cargado de buenas vibras, lleno de orgullo por haber hecho un bien.
Hoy, la más importante de las historias es un señor llamado Raúl. Lo encontramos un día frente a la ventana de mi trabajo escarbando en la basura. Un viejito de unos setenta y tantos, con aspecto amable y sonrisa del viejo pascuero. A la Areli, mi compañera, le dio pena y fue ahí cuando decidí actuar y hacer una colecta diaria de tan solo 100 pesos por cada persona que trabaja en mi oficina, para poder comprarle un sandwich y una taza de té caliente. La gente a mi alrededor se fue cansando rápido, pero con mi maldita costumbre de terminar lo que empiezo, los obligo a todos a no perder el sentido común y es asi como a diario ayudamos con alimentos a este amable y desafortunado señor a quien aun no conocemos por completo. Y no importa su historia, solo importa saber que necesita un mínimo de nuestra ayuda para sentir que su vida es mejor.
Me angustia pensar en él las noches de lluvia y frio, los fines de semanas solitarios en el centro de Santiago. Sin embargo lo que hacemos lo hace feliz aunque sea un instante en el día, se siente querido, siente que le importa a los demás.
Por mi parte, me siento una superheroína, una mujer valiosa para esta sociedad, menos egoísta, a veces media loca con ideas rimbombantes que en realidad son un chiste. Esto le da otro sentido a mi vida, le da un valor a mi existencia, cuando sé que puedo dejar una huella positiva en la historia de algunas personas, de algunos seres vivos, una inmensa satisfacción en mi. Deberían probarlo también.
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