Mi padre está nuevamente en el hospital, desde hace ya un par de días. Y va empeorando. Las imágenes impactantes de él cayendo aqui en casa se repiten en mi cabeza y me atormentan tanto como verlo postrado en cama, sedado, totalmente ido, sufriendo de dolores, amarrado de las manos. Mi madre no pudo soportar mucho rato más. Él balbuceó un par de cosas y yo me hice la fuerte para escucharlo y decirle que se calmara, que todo saldría bien. Pero sabemos que no es tan simple. Cuando al fin logró calmarse y dormirse, nos fuimos. Caminamos por el laberinto hasta el banco de sangre. Una sala completamente vacía nos esperaba con la televisión sintonizada en las noticias de media tarde. Una señorita se acerca a la recepción y toma su puesto. Voy para ser atendida. Ella ojea una revista, se acomoda los anteojos y me dice que debo esperar mi turno, que hay que sacar un número primero. Sacar un número! Si estaba claro que yo era la número uno y mi madre la número dos, nadie más estaba ahí. Pero bueno, eran las estupidas reglas del hospital que me hacían perder los estribos, que agotaban los pocos ánimos que me quedaba. Caminé refunfuñando hasta la máquina de los números y tomé uno para mi y otro para mi madre. - Oh!, soy la número 53, habrá que esperar hasta que la mujer cuente mentalmente hasta ese número.- dije en tono irónico, pero nada. Ella tomó el teléfono y comenzó una interminable conversación lúdica con no se quién. Y entre los nervios y la impaciencia, ojeé un par de folletos instructivos sobre la donación de sangre.
Al fin mi turno, después de un rato. Carnet de identidad en mano y datos básicos para identificarme y para saber por qué estaba ahí. Acto seguido, me llama un chico para tomarme la primera muestra de sangre. Era un hombre joven y simpático, tuvo piedad de mi primera vez. Cómo siempre frente a la medicina, pregunté todo lo que se me vino a la cabeza. Pinchazo en el dedo, mi sangre servía hasta el momento. Toma de presión: normal. Peso: ¿me saco la ropa?- salió estúpidamente de mi boca. Él río y dijo que no estaba permitido. Peso: ok, un par de kilos de más, menos de lo que había pensado. Siguiente paso: un test privado sobre tu salud y datos especificos sobre información personal de factores que influyen en la calidad de tu sangre. Todo confidencial. Mano derecha alzada; diré toda la verdad. Después de todo, no hay nada que temer. El test salió bien y al fin, me acomodo en un sillón reclinable para expulsar sangre desde mi vena hasta una bolsa de goma que, idealmente, terminará alimentando la vena de alguna persona que la necesite, así como mi padre en este momento.
La experiencia no fue tan terrible como pensaba. Siempre suelo ser más cobarde en las vísperas de los sucesos que en el acto mismo. Hay que armarse de valor para no estallar en cólera cuando te hacen esperar tanto, cuando juegan contigo, haciendote tomar un número en una sala vacía, cuando tienes que dar de tu sangre para que otro se salve. Hay que armarse de valor para soportar lo que se viene, sea lo que sea.
1 comment:
Dari, puchas leyendo esto supe lo de tu Pa'... todos mis buenos pensamiento pa ti y tu familia, pero aqui va lo q importa, mi cabra, si necesitas sangre avisa por q soy donante y mi pandilla tambien, asi que igual se puede cooperar con unos pocos globulos rojos..
Un beso y harta fuerza J
Post a Comment