Nada es fácil. Uno puede, idealmente, pensar en la felicidad en un lugar, haciendo algo, estando con alguna persona, pero nada es tan simple. Para mi nunca lo fue. Ser buena alumna me trajo consecuencias tristes para mi niñez y me gané gratuitamente muchos enemigos. Viajar en un auto nuevo todos los días en la cara visible de una pena grande que había dentro. Los padres no son los superhéroes que nos gustaría tener volando alrededor. A veces se convierten en los villanos.
Pero cada uno se busca lo que obtiene. Eso es así al menos después de la infancia. Si eres triste, te ganas tristezas por millones, amores no correspondidos y amistades que llegan a su fin estrepitósamente. Yo no confío en nadie, pero sí confío en mi ciegamente. Sé lo que puedo y lo que no puedo dar, me detesto cuando me equivoco y procuro intentarlo nuevamente. Soy capaz de dar mucho, de cruzar las fronteras y vivir una vida nueva al servicio de la gente, soy capaz de perdonar, pero sólo una vez, soy capaz de esperar, soy capaz de extrañar en silencio y en la distancia, soy capaz de dejar ganar el otro, aunque me duela y de aguantar las heridas hasta que terminen sanando. Pero las cicatrices siempre quedan, ocultas bajo la piel.
Nadie dijo que esto iba a ser fácil, que la sonrisa duraría para siempre, que me sentiría eternamente resignada por no hacer lo que quiero. Todo tiene su límite. Pero puchas que hay que tener paciencia.
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