Afuera todo oscuro. En mis orejas alguna canción de mi preferencia. Sólo veo el reflejo del interior del tren en la ventana. De pronto, entre sombras de árboles y naturaleza, un destello de luz a la distancia, una línea casi perfecta de algo que brilla. Se acerca poco a poco. Puedo distinguir que trata de luces. La ciudad viene a mi encuentro, aún a última hora, en medio de la noche. Al acercarme más, pasan por mi ventana cada una de las ampolletas de los postes que forman este destello. Pertenecen a una población de casas idénticas en diseño, distintas en las historias que guardan. Yo me preparo para bajar. Ordeno mis cosas, guardo la música, me pinto los labios. Vuelve la naturaleza afuera y la oscuridad absoluta. Unos minutos más tarde reaparece la ciudad, ahora distinta, con edificaciones diversas, con calles y canchas de tenis, con locales comerciales y terminales de buses. Me pongo de pie. Entramos a la vieja estación, diviso a mi chico esperandome ansioso, buscandome entre la multitud. Bajo con calma. Todo de tiñe del amarillento de las luces. Camino cansada, contenta de llegar a mi destino, dichosa de reencontrarme con su abrazo.
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