El casamiento de la Pris fue hermoso. Mágico y solemne y lleno de amor. Mi chico y yo caminabamos por la luna, o por el planeta rojo, o por el planeta de donde ella proviene, lleno de sus "compatriotas". Pero nos recibieron bien, nos acogieron como si no fueramos los bichos raros que somos. Rodrigo, el novio, de pie a la entrada dándole la bienvenida a la gente, elegante, ansioso, nervioso, viendo venir su vida futura.
Todo parecía bastante común, excepto por ese aire de aldea que nos rodeaba, de gente que se conoce desde siempre, que se siente familiar del otro, que pretende estar en todo, ayundando a sus hermanos. Tomamos asiento y esperamos una larga y acalorada hora. De pronto, ella: la Pris vestida de blanco entrando al salón, linda, brillante, limpia, nerviosa, majestuosa, con un rosetón damasco detras, como se empecinó en usar. Yo la miré y no pude creerlo. Mi amiga Priscila, la niña de la infancia, mi hermana de tantas historias, mi compañera de colegio, mi compañera de la vida. No pude evitar retener las lágrimas dentro de mis ojos, me latió fuerte el corazón. Qué nostalgia de nuestras vidas! Me sentí feliz por ella. Quisiera haberle gritado que le deseo la mayor felicidad que una persona como ella puede merecer. Estaba hermosa.
El paso siguiente fue una ceremonia formal pero cercana. Las palabras del tío Samuel fueron precisas y alentadoras. Hasta yo quise tener a mi Adán por el resto de mi vida acompañándome en el camino. Y recién en la sesión de fotos pude saludarla. Pocas palabras salieron de mi boca. Aún no me sacaba la emoción de encima. Ella me habló como siempre para relajarse un poco y hacerme sentir más cómoda de paso.
Luego el viaje fue hasta la fiesta. Tomamos un autobus y bajamos en un campo cerca de casa. Cerca, pero no tanto. La noche olía a primavera y el aire se batía entre brisas y estrellas de verano. Conversamos por el largo camino de tierra hasta la casa de recepción. Siempre son buenos los ajustes cuando estamos a tiempo.
En la recepción, la misma gente que divisamos en la ceremonia. Tomamos nuestros asientos como fueron designados. Ella había pensado en todo, especialmente en nosotros, los extranjeros, para que nos sintieramos como en casa: Gabriel, la mane, Yanira, Carlos y su esposa. Fue un buen grupo. Comimos harto, nos reimos mucho. Juan Pablo encajó mejor de lo que pensamos. Los novios llegaron y se sentaron en la mesa de al lado junto con sus padres. El vals de los novios vino en seguida. Ellos parecían dos muñecos, dos personajes sacados de un cuento. Me llené de encanto otra vez. Y cuando la Pris sacó a bailar a su padre, don Hugo, me atoré en lágrimas nuevamente, porque se me vino a la memoria la imagen de mi padre danzando conmigo en la pista, en un recuerdo inexistente que espero sea real algún día.
La noche siguió con varias otras ceremonias: los saludos a los novios, la torta y finalmente el karaoke. No pude dirigir mis palabras a ellos en publico. Me acerqué sigilosamente a su mesa y les dije lo feliz que me sentía por estar compartiendo ese momento con ellos, lo grata que había sido sentir su cariño y preocupacion hacia nosotros y les entregué mi mejores deseos de felicidad. Y cuando llegó el momento del baile, tomé de la mano a mi chico, que dice no saber bailar, y movimos el esqueleto un rato al compás de unas cumbias y ritmos tropicales. Fue todo un espectáculo. Comimos la torta más tarde y arrancamos del karaoke antes de salir como losers por la puerta de atrás.
Dejamos a los novios atrás, con su nueva vida, con su luna de miel, con sus recuerdos del día más importante de sus vidas y nos encaminamos hacia casa, tarde en la madrugada, de la mano firmemente, contentos por haber sorteado exitosamente otro episodio de nuestra historia juntos.
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